Completamente desierto de Atacamaen el extremo norte de Chile, Héctor Espíndola, de 71 años, cuida sus viñedos, que sobreviven a casi 3.000 metros de altura en un verde oasis en Toconao, muy cerca de un arroyo que nace del deshielo de las nieves andinas. En este paisaje más seco del mundo, prosperan las vides más altas de Chile, muy lejos de la región vitivinícola más grande del centro, 1.500 km más al sur, lo que permite que este país se encuentre entre los 10 principales exportadores de vinos del mundo.
Además de la altitud, hay que tener en cuenta las temperaturas bajo cero en esta zona por la noche y la insolación extrema durante el día. en su pequeño Finca Toconaounos cuarenta kilómetros de san pedro de atacamaA 2.475 metros sobre el nivel del mar, el Sr. Espindola cultiva moscatel y una “vid del país” (criollo) a la sombra de membrillos, peras e higueras, que riega gracias a un arroyo cercano.
Necesario riego de las vides
La corriente permite regar “cada tres o cuatro días por la marea alta” por la noche, explica en medio de sus viñedos, dos meses después de la cosecha, mostrando su follaje de otoño y esperando ser recortado. “Veo que regando así cada año produzco un poco más. Pero hay que tener cuidado porque aquí el calor y el clima son graves”, subraya.
El viticultor lleva su cosecha a la cooperativa Ayllu, que reúne desde 2017 a 18 pequeños viticultores de la zona, en su mayoría miembros del pueblo indígena atacameño, que hasta entonces habían trabajado individualmente en sus fincas de pocos cientos de metros cuadrados.2. Entre ellos Cecilia Cruz, de 67 años, quien se enorgullece de poseer el viñedo más alto del país en Socaire, a 3.600 metros sobre el nivel del mar. Produce Syrah y Pinot Noir bajo la sombra de las redes que dan sombra a sus hileras de vides.
“Me siento especial en el fondo de tener este viñedo aquí y producir vino a esta altura”, dice en medio de las plantaciones, donde todavía cuelgan algunos uvas pasas después de la vendimia. Ella espera desarrollar aún más su producción para que sus tres hijos tengan “un futuro”.
“Prueba el Desierto de Atacama”
En 2021, la cooperativa recibió 16 toneladas de uva que permitieron producir 12.000 botellas. La cosecha fue mejor en 2022 con más de 20 toneladas, lo que debería rendir 15.000 botellas. Una gota de agua (alrededor del 1%) en la producción nacional chilena, pero un terruño único que el enólogo Fabián Muñoz, de 24 años, intenta potenciar creando blends específicos. “No queremos perder este saber hacer, este gusto por el desierto, la roca volcánica y por supuesto el sabor a uva que es diferente. Queremos al consumidor cuando prueba vino de ayllu se dice a sí mismo: “¡Guau! Pruebo el desierto de Atacama”.
La química Carolina Vicencio, de 32 años, quien también trabaja en la cooperativa, explica que la altitud y la menor presión del aire, así como la altísima amplitud térmica entre el día y la noche, engrosan la piel de las uvas. “Crea más moléculas de taninos en la piel de la uva que le da al vino cierto amargor (…) También está la mayor salinidad de la tierra (…) que aporta un toque de mineralización a la boca”, explica.
Elegimos Malbec en el Desierto de Atacama
En su viñedo al pie de los Andes, Samuel Varas, de 43 años, finalmente plantó Malbec luego de realizar varias pruebas variedades de uva. Junto con su compañero agrónomo, se dio cuenta de que los altos niveles de boro en el suelo estaban destruyendo sus cultivos. “Nos dimos cuenta de dos cosas: que hay una variedad de uva que se llama Malbec que se ha adaptado, y las que están debajo de los algarrobos crecen mejor”, explica.
Así que reemplazaron todo con Malbec, sombrearon todo el viñedo y lo equiparon con un sistema de riego por goteo para aprovechar al máximo los escasos 20 litros por segundo que obtienen del derretimiento de la nieve en los Andes. Con estos cambios, han duplicado su producción anual en los últimos tres años para entregar 500 kg de uva a la cooperativa en la última cosecha.
(Con AFP)
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