en fotos, en fotosEn el sur del estrecho territorio chileno se encuentra la isla de Chiloé. De 2014 a 2016, la fotógrafa franco-chilena Céline Villegas exploró este pedazo de tierra. A la vez en busca de sus habitantes y de una parte de sí misma.Expuesta a partir del 1 de junio en el Festival de Fotografía de Guilvinec, L’Homme et la mer, esta obra esboza un retrato sentimental de este paraíso de dos caras.
Por todas partes el mar. Está ahí, ante tus ojos, moviéndose de un lado a otro con la marea, dejando arena húmeda y desnuda salpicada de conchas blancas. Lloviznas, gotas o fuertes lluvias caen regularmente sobre el archipiélago. El Pacífico forma parte de la vida cotidiana de los 170.000 habitantes de la isla de Chiloé, en la costa sur de Chile, que viven de sus remolinos. Los pescadores artesanales capturan merluza (carbonero) en sus redes o sumergen sus manos en el agua helada para atrapar almejas.
También está en todas las mesas, en los hornos o en las ollas de las familias que preparan guisos o empanadas a base de cholgas, piure, jaiba, mariscos y crustáceos locales. Finalmente, lejos de los puertos y bahías, el océano azota la orilla con sus olas atronadoras. Salvaje, furioso, indómito.
“Para mí, fotografiar este lugar es una forma de fotografiar mi país. Chiloé se enfoca en diferentes aspectos de Chile: su relación con el mar, con la dureza de los elementos”, observa Céline Villegas, una fotógrafa franco-chilena de 41 años cuyas obras datan de eneroah Junio al 30 de septiembre en el marco del Festival de Fotografía de Guilvinec (Finistère), L’Homme et la mer.
aire de bretaña
su serie La isla pinta un retrato íntimo de la isla y luce “Desde un final [son] territorio, un pedazo [son] identificar”, en este estrecho país al pie de los Andes, que es bañado por las olas del Pacífico durante más de 6.000 kilómetros. Hija de un exiliado huido de la dictadura chilena (1973-1990), nacida en Lyon, ahora radicada en París, recién pudo ingresar al país de su padre en 1992, poco después del retorno de la democracia.
Desde su primera estadía en Chiloé, siendo adolescente, Céline Villegas quedó confundida: este archipiélago del fin del mundo le parecía tener la atmósfera de un país que conocía, Bretaña. Los dos países de la joven, Francia y Chile, chocan, uniendo dos océanos, dos idiomas y ofreciendo la misma sensación de naturaleza salvaje.
Veinte años después, entre 2014 y 2016, regresa a Chiloé por un año “Un viaje emocional” guiados por el senderismo y la soledad en este pedazo de tierra habitado por ambos “Melancolía” y “preguntarse”, como el sol persiguiendo la lluvia en el mismo día.
Caballos, ovejas y vacas entre las algas, en una playa desierta… La isla parece flotar más allá del tiempo y la modernidad, a más de 1.000 kilómetros de Santiago y sus rascacielos, centros comerciales y atascos. Su casera descansa después de cocinar… Un cuadro en el hueco de una siesta habla de la promesa de un guiso delicioso, de agua hirviendo, siempre listo para el té cuando la llovizna afuera ya nubla la vista.
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