En el extremo sur de Chile, una expedición científica intenta medir el impacto global del cambio climático en las aguas conservadas de este “fin del mundo” y pide “decisiones concretas” para salvar los océanos.
La expedición a bordo del buque oceanográfico Cabo de Hornos de la Armada de Chile, pospuesta un año debido a la pandemia, navegó durante nueve días a fines de diciembre en aguas del Estrecho de Magallanes y el Canal Beagle entre Chile y la Patagonia, Argentina.
Esta región del estado de Magallanes es de particular interés por la baja acidez y la menor salinidad y contenido de calcio de las aguas que la bañan en comparación con los demás mares y océanos del mundo, especialmente los menos profundos.
El estudio de estas aguas es, por tanto, fundamental porque, junto con el derretimiento de muchos glaciares patagónicos que están liberando grandes volúmenes de agua dulce a los océanos Atlántico y Pacífico, anticipa las condiciones esperadas en otros sistemas marinos durante las próximas décadas.
“No sabemos cómo reaccionarán los organismos presentes en el agua, y en particular los microorganismos” si la temperatura media de la Tierra aumenta, admite el director científico de la misión, José Luis Iriarte.
La expedición recorrió así 14 etapas para tomar muestras de agua a diferentes profundidades y hasta 200 metros.
También se tomaron muestras de suelos profundos, en ocasiones a más de 300 metros de profundidad, así como colecciones de algas y moluscos.
“Somos la voz de lo que la naturaleza no puede decir”, dijo Wilson Castillo, un estudiante de bioquímica de 24 años, uno de los 19 científicos a bordo. “Como científicos, tenemos mucho que aportar, especialmente en un escenario de cambio climático”, dijo.
La misión científica prestó especial atención a las “mareas rojas”, esos crecimientos de algas tóxicas que matan peces y ballenas y producen toxinas tóxicas para los moluscos.
Se registraron por primera vez en Magallanes hace medio siglo y desde entonces han matado a 23 personas y envenenado a más de 200.
– “Abrumado” –
El enfoque de las ballenas también fue el foco de la misión. El biólogo marino Rodrigo Hucke pasó horas escudriñando el horizonte, buscando su presencia para lanzar una pequeña lancha a motor a su encuentro.
Su objetivo: intentar recoger los excrementos de las ballenas para estudiar posibles cambios en su dieta. Pero esta difícil tarea resultó infructuosa.
Antes de volver a sus laboratorios, los científicos insisten en la necesidad de una acción política para hacer frente a la emergencia climática.
“Los planes regionales de mitigación y adaptación están desfasados frente a lo que ocurre en el medio ambiente”, advierte José Luis Iriarte.
Para Rodrigo Hucke, uno de los principales problemas históricos es la falta de ambición por salvar los océanos, que cubren el 70% de la superficie terrestre.
Él espera un cambio real de rumbo en esta área en la próxima conferencia climática de las Naciones Unidas, COP27 en Egipto.
“Todo esto debe cambiar en 2022, y se deben tomar decisiones concretas para avanzar hacia una política profunda de cambiar la forma en que los humanos hacemos las cosas”, dijo Hucke.
Escudriñando las aguas claras, le preocupa que esta remota región de Chile se convierta en “uno de los últimos bastiones de la biodiversidad en la tierra”.
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